Opinión

ENTRE MENTIRAS Y VIDEOS

Por: Xavier Marconi Montero Villanueva
Dice el sabio dicho popular, que para tener la lengua larga hay que tener la cola corta, es decir, para hacer señalamientos sobre comportamientos que pudieran en su momento ser considerados como presumiblemente delictivos, hay que tener una conducta intachable, ser una persona íntegra, que permita tener la autoridad moral y política de acusar, de criticar y en su momento exigir que se aplique el peso de la ley a quien lo haya violado.
Queda claro que ese no es el caso del Presidente Andrés Manuel López Obrador, quién se frotaba las manos a principios de la semana anterior, queriendo llenar su hambre insaciable de enviar al matadero mediático y popular a varios políticos de origen priísta y panista, y convertir al país en un gran circo romano, donde a petición mayoritaria el sólo movería el dedo pulgar hacia abajo y decidiría el futuro de estos ex funcionarios, sin respetar como lo ha hecho hasta ahora, la división de poderes y el debido proceso al que tiene derecho todo ciudadano mexicano.
A partir de la aparición en redes sociales y medios de comunicación, de la supuesta denuncia de Emilio Lozoya Austin, donde hace acusaciones contra los ex Presidentes Peña Nieto y Felipe Calderón, así como señalamientos donde involucra a ex funcionarios y representantes populares pertenecientes al PRI y al PAN, en una reseña de 63 páginas digna de una novela redactada en función de las necesidades del Presidente de la República, López Obrador soñó que iba a ser una de las mejores semanas desde que empezó su gobierno.
Dicha confianza y optimismo se derrumbó de inmediato, cuando dos días después apareció un video donde aparece su hermano Pío López Obrador recibiendo de David León Romero, su propuesta para ocupar el cargo de “zar anticorrupción” en la compra de medicamentos, varios sobres de dinero para apoyar las actividades de campaña del hoy jefe del ejecutivo.
La presión mediática y social no se hizo esperar, sobre todo porque derrumba por completo el discurso de años y la construcción de una figura construida durante bastante tiempo, en el que López Obrador aparecía como el paladín de la honestidad y la transparencia; para de repente convertirse en el mismo personaje del que tanto se quejó y destruyendo en unos cuantos minutos la esperanza de millones de mexicanos que incautamente creyeron que estábamos ante un hombre que cambiaría la historia de nuestro país.
En el manejo que hicieron desde el gobierno de este tema, la verdad no esperábamos que fuera distinto, era mucho esperar un Presidente congruente, valiente, decidido, y al contrario, terminó con una declaración que insulta a la inteligencia de los mexicanos, donde él decide qué es corrupción y qué no es, pasando nuevamente por encima del marco legal en materia de delitos electorales que tenemos en nuestro país y que el ignora.
La realidad es que López Obrador necesitaba la cortina de humo que le representaba la denuncia de Lozoya Austin para desviar la atención de los terribles desaciertos que como gobierno han cometido en temas de salud, economía, desempleo y seguridad, en medio de una peligrosa polarización social que cada día divide más a los mexicanos.
El Presidente terminó atrapado en su propia trampa; su bono de confianza se vió seriamente afectada y le llegó la hora de tomar decisiones; por lo pronto tiene dos salidas: una actuar con responsabilidad y dejar que se investigue el origen, monto y uso de los recursos utilizados por Morena y aplicar todo el peso de la ley, en la misma proporción en que se debe investigar la veracidad de los dichos de Lozoya, o esconder la cabeza y perder a menos de dos años de gobierno la credibilidad de la mayoría de los mexicanos, que le representaría ser derrotado en las elecciones del 2021, lo que frenaría de tajo su proyecto de país.
Conociéndolo, seguirá por la ruta de la demagogia y de la tentación de atentar contra la ley, la división de poderes y la negación de la corrupción al interior de su partido.
Ello, a pesar de que sea el principio del fin de un proyecto que afortunadamente México no merecía.

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